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Publicado el 29/05/2025
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El Internet de las Cosas (IoT) ya no es una promesa de futuro, sino una realidad que está remodelando la manera en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos con la tecnología. En 2025, su impacto se percibe en todos los ámbitos: desde electrodomésticos que aprenden de nuestros hábitos hasta sistemas industriales que optimizan procesos en tiempo real.
Nuestra guía te da una visión actualizada y clara sobre qué es, cómo funciona, qué tendencias lo están acelerando y qué desafíos implica su expansión. Tanto si eres profesional del sector como si simplemente quieres entender mejor esta revolución silenciosa, aquí encontrarás respuestas prácticas y fundamentadas.
El Internet de las Cosas es una red silenciosa y persistente compuesta por objetos físicos capaces de percibir su entorno, intercambiar información y responder de forma automática. Se trata de una tecnología que transforma elementos comunes (como una cerradura, una máquina industrial o una planta de cultivo) en nodos inteligentes que observan, aprenden y actúan.
Lo que antes eran dispositivos aislados, hoy se convierten en entidades conectadas que colaboran entre sí. No necesitan pantallas ni teclados: su lenguaje es el dato. Capturan variables como temperatura, ubicación, nivel de uso o condiciones ambientales, y envían esa información a plataformas que la procesan en tiempo real. El resultado es el conocimiento y la capacidad de respuesta: ajustes automáticos, alertas tempranas, ahorro energético, decisiones operativas.
En este ecosistema, el valor no está en la conectividad por sí sola, sino en lo que los objetos hacen con ella. Una cadena de frío que se regula sola, un edificio que se climatiza según la ocupación, una fábrica que detiene una máquina antes de que falle. Todo ocurre sin intervención directa del ser humano, pero bajo su control y supervisión si así se requiere.
La idea de que los objetos pudieran comunicarse entre sí nació mucho antes de que existiera el nombre "Internet de las Cosas". Su historia es el resultado de avances silenciosos en sensores, redes inalámbricas y procesamiento de datos, que durante décadas fueron madurando en paralelo, hasta converger en un mismo concepto.
En los años 60, la automatización industrial y los sistemas embebidos comenzaron a tomar forma. Aunque aún no existía la conectividad moderna, ya se trabajaba con máquinas capaces de recibir órdenes desde unidades centrales. En los 70 y 80, surgieron las primeras redes de sensores cableados en fábricas, usadas para control de procesos y monitorización, pero todo ocurría de forma local, sin conexión a internet.
La miniaturización de componentes y el desarrollo de redes inalámbricas allanaron el camino para que los objetos comenzaran a incluir funciones autónomas. Un hito curioso ocurrió en 1990, cuando John Romkey conectó una tostadora a internet. A pesar de ser rudimentaria, esa demostración plantó una idea revolucionaria: que los objetos cotidianos podían controlarse de forma remota.
El concepto tomó forma en 1999, cuando Kevin Ashton, investigador del MIT, usó el término Internet of Things para describir cómo los sensores RFID podían conectar el mundo físico a los sistemas digitales en la cadena de suministro. Ashton entendía que, para mejorar la eficiencia logística, los objetos debían ser identificables, rastreables y capaces de enviar información en tiempo real sin intervención humana.
Con el auge de internet y el acceso más económico a sensores y chips, comenzaron a desarrollarse aplicaciones reales. En esta década se aplicó el IoT en logística, gestión de inventarios, seguridad y automatización del hogar. Las primeras versiones de casas inteligentes surgieron con sistemas que regulaban luces, climatización y alarmas.
Durante esta etapa, el IoT dejó de ser una novedad experimental y se convirtió en una tendencia estratégica a escala global. La llegada del cloud computing, el Big Data y la mejora en la velocidad de las redes (como el 4G) permitió que millones de dispositivos comenzaran a hablar entre sí.
Empresas de todos los sectores (salud, energía, agricultura, transporte, manufactura) adoptaron soluciones IoT para optimizar procesos y reducir costes. Surgieron plataformas especializadas, desde sistemas de monitoreo de pacientes hasta sensores de contaminación en tiempo real. El hogar inteligente se consolidó con asistentes virtuales como Alexa o Google Home.
Con la expansión del 5G, el IoT alcanzó un nuevo nivel. La velocidad y baja latencia de esta red permitió el desarrollo de entornos hiperconectados como vehículos autónomos, ciudades inteligentes y fábricas con mantenimiento predictivo.
Paralelamente, la integración con inteligencia artificial transformó todo en un sistema capaz de aprender del comportamiento, anticipar necesidades y tomar decisiones sin programación explícita. Hoy en día, ya no únicamente recopila datos: interpreta, actúa y mejora con cada interacción.
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El funcionamiento del Internet de las Cosas se basa en una cadena de interacción entre dispositivos físicos, redes de comunicación, sistemas de procesamiento y acciones automatizadas. Cada uno de los elementos cumple un rol específico dentro de un ecosistema diseñado para que los objetos capturen información, la transmitan y respondan sin intervención directa del usuario. El paso a paso ocurre así:
Todo comienza con un objeto físico que ha sido equipado con sensores. Estos sensores funcionan como “sentidos”, detectando variables del entorno: temperatura, movimiento, presión, humedad, ubicación, consumo eléctrico, entre muchas otras. Por ejemplo:
Los datos que recogen los sensores necesitan ser enviados a una plataforma donde puedan ser procesados. Para ello, los dispositivos IoT incorporan módulos de comunicación inalámbrica (Wi-Fi, Bluetooth, Zigbee, LoRa, 4G, 5G, etc.). Esta conectividad aprueba que el dispositivo comparta la información en tiempo real con una red central o con otros dispositivos.
Una vez que los datos llegan al sistema, son analizados por una plataforma de procesamiento. Puede ser un servidor en la nube (cloud computing), un sistema local o una combinación de ambos. Aquí es donde entra la inteligencia artificial, los algoritmos y la lógica de decisión. El sistema puede:
Después del análisis, el sistema ejecuta una respuesta. Esta puede ser:
La retroalimentación, a su vez, genera nuevos datos, reiniciando el ciclo.
Aunque muchas acciones ocurren sin intervención humana, los sistemas IoT suelen ofrecer interfaces visuales en forma de dashboards, aplicaciones móviles o paneles web. Así aprueban:
El IoT no es simplemente una red de objetos conectados; es un ecosistema complejo en el que los dispositivos interactúan con el entorno, con otros sistemas y con las personas. Lo que lo hace funcional y valioso son las siguientes características:
Los dispositivos están diseñados para mantenerse interconectados las 24 horas, comunicándose entre sí y con servidores o plataformas en la nube. Esta conectividad puede ser inalámbrica (Wi-Fi, Bluetooth, 5G, LoRa) o por cable, según el caso. Lo crucial es que el flujo de información nunca se detiene.
Uno de los pilares es su capacidad para captar información del entorno de manera inmediata. Sensores instalados en objetos o infraestructuras permiten registrar continuamente datos como temperatura, movimiento, niveles de CO₂, posición geográfica o actividad física, sin que el usuario tenga que intervenir.
Los dispositivos no solo se comunican con plataformas o personas, sino entre ellos. Este diálogo directo entre máquinas toma decisiones locales sin depender de un servidor central. Por ejemplo, un sensor de humo puede enviar una señal directamente a un sistema de ventilación para evacuar el aire, sin intervención humana.
El Internet de las Cosas configura respuestas automáticas ante ciertas condiciones. De ese modo, no se limita únicamente a programaciones básicas, pues integra reglas complejas, algoritmos y aprendizaje automático para adaptarse a distintos escenarios. Así, una red de sensores agrícolas activa el riego nada más si detecta falta de humedad y previsión de clima seco.
Una solución comienza con pocos dispositivos y crece hasta miles sin perder funcionalidad. Esa característica de expansión es muy importante en entornos como las ciudades inteligentes, donde se añaden sensores progresivamente en semáforos, cámaras, luminarias o estaciones meteorológicas.
Los datos que se recopilan no se almacenan de forma pasiva. Se procesan, interpretan y se transforman en información útil. Esto identifica patrones, anticipa fallos, optimiza recursos y genera predicciones para sectores como la industria, la logística o la salud.
Aunque el IoT funciona autónomamente, siempre tiene una ventana de control y monitoreo al usuario. Ya sea desde una aplicación móvil, un panel web o un sistema embebido, es posible visualizar lo que ocurre, ajustar parámetros o recibir alertas específicas.
Existen varios tipos de Internet de las Cosas (IoT), clasificados según su aplicación, entorno y nivel de complejidad. Cada uno responde a necesidades específicas, desde el hogar hasta la industria pesada. ¡Vamos a conocerlos!
El Internet de las Cosas orientado al consumo está presente en la vida cotidiana de millones de personas. Su propósito es facilitar tareas domésticas, mejorar el bienestar personal y ofrecer experiencias más conectadas. Aquí encontramos relojes que monitorean la salud, asistentes de voz que controlan dispositivos del hogar, electrodomésticos que se programan desde el móvil o sistemas de seguridad que se gestionan a distancia.
En el ámbito industrial, ha cobrado un papel clave bajo el concepto de IIoT (Industrial Internet of Things). Aquí hace que las máquinas, sensores y plataformas digitales se comuniquen entre sí dentro de procesos productivos, cadenas de suministro o entornos logísticos. Gracias a estos sistemas, las empresas pueden anticiparse a fallos mecánicos, optimizar los tiempos de producción y reducir el desperdicio de recursos.
El Internet de las Cosas Médicas, también conocido como IoMT, agrupa todos los dispositivos conectados que intervienen en la atención sanitaria. Desde sensores que registran signos vitales en tiempo real hasta aparatos que administran medicación de forma automática, promueve un monitoreo continuo de los pacientes tanto en hospitales como en sus propios hogares.
Las ciudades inteligentes integran tecnologías IoT para mejorar la calidad de vida urbana. Esto se traduce en sistemas de alumbrado que se ajustan según la presencia de personas, semáforos que responden al flujo de tráfico o redes de recogida de residuos optimizadas mediante sensores. La idea detrás de este enfoque es hacer que el funcionamiento de los servicios públicos sea más eficiente, sostenible y adaptado a las necesidades reales de cada zona.
En el sector agropecuario, se ha convertido en un aliado estratégico. La llamada agricultura inteligente usa sensores para medir la humedad del suelo, detectar plagas o controlar la nutrición del ganado. Los agricultores toman decisiones basadas en datos precisos y en tiempo real, traduciéndose en un uso más eficiente del agua, fertilizantes y energía.
El IoT aplicado a la logística transforma la manera en que se gestionan los envíos, las rutas y los inventarios. Gracias a sistemas conectados, es posible rastrear vehículos, monitorear la temperatura de los productos durante su transporte o identificar cuellos de botella en los procesos de distribución. Los datos en tiempo real optimizan las rutas, disminuyen pérdidas y garantizan que la cadena de suministro funcione con mayor precisión.
En el sector retail, está revolucionando la experiencia del cliente y la gestión de los establecimientos. Desde estanterías que detectan niveles de inventario hasta etiquetas inteligentes que muestran precios dinámicos, cada elemento se convierte en una fuente de información útil. Las tiendas pueden adaptar sus promociones según el comportamiento de los consumidores o conocer cuáles son los productos más consultados.
El IoT también se emplea en la gestión de infraestructuras fundamentales como redes eléctricas, sistemas de agua potable, gas o telecomunicaciones. Sensores distribuidos por estas redes permiten detectar fallos antes de que se conviertan en crisis, ajustar el flujo de energía según la demanda o anticiparse a posibles fugas.
Por si no te ha quedado claro, el IoT ya no es una promesa del futuro, sino una realidad que transforma desde nuestros hogares hasta grandes industrias. Conectando dispositivos y sistemas entre sí, promueve la toma de decisiones en tiempo real, optimiza recursos y mejora la calidad de vida. Algunos ejemplos y aplicaciones en 2025, son:
En 2025, muchas explotaciones agrícolas han incorporado sensores en el suelo que miden la humedad, el nivel de nutrientes y la temperatura. Estos dispositivos se combinan con drones equipados con cámaras multiespectrales que sobrevuelan los cultivos para detectar plagas o zonas de estrés hídrico. Gracias al IoT, los agricultores toman decisiones basadas en datos en tiempo real, optimizando el uso de agua y fertilizantes para potenciar el rendimiento y disminuir el impacto ambiental.
La sanidad conectada ha dado un gran paso. Muchos hospitales ahora cuentan con dispositivos portátiles que los pacientes usan incluso después del alta. Estos wearables miden la presión arterial, la glucosa o la frecuencia cardiaca y envían los datos directamente a los profesionales de salud. Con ello se da una vigilancia constante, se evita hospitalizaciones innecesarias y se beneficia la capacidad de respuesta ante emergencias médicas.
Los vehículos incorporan sensores IoT que detectan el estado, alertan sobre mantenimiento preventivo y se comunican con otros autos o con la infraestructura vial. En algunas ciudades, los semáforos están conectados y ajustan su funcionamiento según el tráfico detectado en tiempo real para la seguridad y tiempos de traslado.
Las empresas de transporte han integrado sensores en los contenedores y camiones para rastrear la ubicación exacta de cada envío, controlar la temperatura en productos sensibles y anticipar retrasos. Esta visibilidad total a lo largo de la cadena logística permite ajustar rutas al instante y mantener la calidad del producto, especialmente en sectores como alimentación o farmacéutica, donde el tiempo y las condiciones de conservación son críticos.
Los sistemas aprenden de los hábitos del usuario: ajustan la temperatura antes de que llegue a casa, cierran puertas automáticamente si detectan que no hay nadie o apagan electrodomésticos si se van a quedar encendidos sin supervisión. Todo está diseñado para la eficiencia energética y aumentar la seguridad del hogar.
Sin lugar a dudas, el Internet de las Cosas cambió para siempre varios sectores con sus beneficios que van más allá de la simple conectividad. Como tecnología, potencia la eficiencia operativa y abre posibilidades en términos de personalización, sostenibilidad y seguridad. Te encantará por las siguientes razones:
Al contar con datos en tiempo real procedentes de sensores y dispositivos conectados, las empresas y los usuarios pueden ajustar sus estrategias al instante, respondiendo de forma más rápida y precisa a situaciones cambiantes. Este tipo de información simplifica una mayor agilidad y una gestión más informada de los recursos.
El IoT da paso a una optimización notable de los recursos, tanto materiales como humanos. Gracias a la automatización y al monitoreo constante, se llevan a cabo ajustes en tiempo real que disminuyen el consumo de energía, el desperdicio de materiales y la necesidad de intervención humana. Con ello se benefician las empresas y el entorno, dando pie a prácticas más sostenibles y responsables.
Igualmente, tiene un impacto directo en la seguridad, proporcionando sistemas que ofrecen monitoreo constante y alertas automáticas ante situaciones de riesgo. Desde sistemas de seguridad en el hogar hasta la supervisión de infraestructuras críticas, beneficia la protección sin necesidad de intervención manual constante, elevando la seguridad y tranquilidad de los usuarios.
Con el Internet de las cosas, la personalización de servicios y productos se convierte en una realidad tangible. Los dispositivos conectados se adaptan a las preferencias individuales de los usuarios, optimizando la experiencia. Esto se traduce en una mayor satisfacción, ya sea a través de un hogar inteligente que ajusta el ambiente a nuestros gustos o en aplicaciones de salud que se adaptan a las necesidades específicas de cada persona.
Aparte de los beneficios directos, la tecnología de la que hemos hablado tiene un impacto positivo en la sociedad y la economía. Al facilitar el acceso a nuevas tecnologías, abre la puerta a la creación de nuevos servicios e industrias para promover la innovación y mejora la competitividad de las compañías, mientras que, en el plano social, agiliza el acceso a servicios esenciales como la educación o la atención médica, incluso en áreas remotas.
Ciertamente, el IoT ha cambiado muchos aspectos de nuestro día a día y, aunque tiene muchas ventajas, algunos riesgos y desafíos que es bueno tener en cuenta. Estos son:
Cada dispositivo conectado representa un punto de entrada potencial para los atacantes. Muchos de los equipos carecen de mecanismos de defensa robustos, lo que los convierte en blancos fáciles para actividades como accesos no autorizados a redes internas, robo de datos críticos como información médica o personal, y control remoto malicioso de dispositivos como cámaras o cerraduras inteligentes.
A esto se suma la falta de actualizaciones y parches en muchos dispositivos. Al no recibir mantenimiento continuo, quedan expuestos a vulnerabilidades conocidas que pueden ser explotadas fácilmente por ciberdelincuentes.
El IoT recopila grandes volúmenes de datos sobre hábitos, preferencias y ubicaciones de los usuarios. La información puede ser usada con fines publicitarios, vendida a terceros o expuesta por errores o filtraciones. El uso indebido de datos es un riesgo latente, ya que las empresas podrían manejar información personal sin el consentimiento claro de los usuarios. Aunado a ello, si ocurre una brecha, los datos terminarían en manos equivocadas, con consecuencias impredecibles.
El ecosistema es muy diverso, con múltiples fabricantes, tecnologías y protocolos. Esa falta de estandarización genera problemas de compatibilidad entre dispositivos, dificultades de integración con sistemas ya existentes y una comunicación poco eficiente entre componentes. La fragmentación ralentiza la adopción masiva y eleva los costes operativos y de desarrollo.
Las principales tendencias tecnológicas que están impulsando el Internet de las Cosas incluyen el desarrollo de redes 5G, que admiten una conexión más rápida y estable entre millones de dispositivos; el avance en la inteligencia artificial, que mejora la capacidad de análisis y automatización de los sistemas conectados; y la computación en la nube y en el borde (edge computing), que aceleran el procesamiento de grandes volúmenes de datos en tiempo real, cerca del lugar donde se generan.
También destaca la miniaturización de sensores y chips, que aprueba integrar IoT en objetos cada vez más pequeños, así como la adopción de blockchain para mejorar la seguridad y trazabilidad de los datos. Todas las innovaciones están acelerando la adopción de la tecnología en sectores como la industria, la salud, el transporte y los hogares inteligentes.
A medida que el Internet de las Cosas transforma nuestras rutinas y entornos, es natural que surjan dudas sobre su funcionamiento, seguridad y futuro. Estas preguntas frecuentes te ayudarán a comprender su impacto en la vida cotidiana y en distintos sectores.
La red 5G mejora la velocidad, reduce la latencia y conecta muchos más dispositivos al mismo tiempo para promover el despliegue de soluciones IoT más complejas, como coches autónomos, ciudades inteligentes o fábricas conectadas, donde se necesita transmitir datos de forma inmediata y constante.
Depende de las medidas de protección implementadas. Si bien muchos dispositivos no cuentan con altos estándares de seguridad, configurarlos correctamente, cambiar las contraseñas por defecto, mantenerlos actualizados y usar redes protegidas puede reducir significativamente los riesgos.
La protección de la privacidad implica cifrar los datos, limitar el acceso a la información, aplicar políticas de consentimiento claras y cumplir con normativas como el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR). Las empresas también deben diseñar sistemas que minimicen la recopilación de datos innecesarios.
El IoT optimiza recursos y reduce el desperdicio energético mediante el monitoreo inteligente en áreas como agricultura, energía y transporte. No obstante, también plantea retos ecológicos por el aumento de dispositivos y el consumo energético asociado a su producción y operación.
En 2025, destacan sectores como la industria manufacturera, la salud, la logística y el sector energético. Todos ellos usan el Internet de las Cosas para automatizar procesos, mejorar la eficiencia operativa y ofrecer servicios personalizados. También crece su uso en hogares inteligentes y ciudades conectadas.
Desde hogares inteligentes y ciudades conectadas hasta sistemas industriales automatizados, esta red de dispositivos interconectados genera datos en tiempo real, optimiza procesos y mejora la calidad de vida. Sin embargo, junto a sus enormes ventajas, también surgen desafíos cruciales relacionados con la privacidad, la ciberseguridad, la responsabilidad legal y la gestión ética de la información.
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El Internet de las Cosas representa una transformación profunda que conecta lo físico con lo digital para ofrecer soluciones más inteligentes, eficientes y personalizadas. Sin embargo, su crecimiento exige una mirada crítica hacia la seguridad, la privacidad y la sostenibilidad. En 2025, el reto no solo es innovar, sino hacerlo de forma responsable.
Comprender cómo funciona, qué tecnologías lo potencian y qué sectores lo lideran es esencial para aprovechar su potencial sin perder de vista sus implicaciones. Recuerda que estar informado es el primer paso para participar activamente en un futuro cada vez más interconectado.
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